CAPÍTULO XXIII
Nunca interrumpas a tu enemigo cuando esté
cometiendo un error.
Napoleón
HANNAH
El sonido de la voz del capitán desde los
altoparlantes sacude a Hanna de su incómodo sueño en su asiento de clase
ejecutiva. John la mira subrepticiamente en la tenue luz del avión.
— …Estamos aproximándonos al aeropuerto
John F. Kennedy. En este momento la temperatura en nuestro destino es de -4ºC y
la hora local es la 1:10. Sabemos que tuvieron opciones para escoger línea
aérea. Les agradecemos que lo hayan hecho por American Airlines, esperamos
verlos pronto… —El piloto da instrucciones a los auxiliares de vuelo. John ya
ha empacado sus pertenencias, y el último artículo, su iPad, cuidadosamente
metido en la bolsa delantera de su mochila. Endereza su asiento y está listo
para desembarcar.
Pueden oírse los lloriqueos de los bebés
en los asientos traseros y John apenas tienen paciencia para ellos.
Afortunadamente está sentado en el frente y no va a toparse con ellos. Cuando
el avión aterriza y desacelera en la pista, encienda su iPhone y lo sincroniza
con su iPad. Otros pasajeros también encienden sus teléfonos informando a sus
seres queridos, amigos o miembros de la familia su llegada. Espera a Hanna
mientras empaca sus pocas pertenencias y que encienda su teléfono inteligente.
Una vez está en línea, su teléfono aparece como un punto en su mapa y sonríe
interiormente.
¡Canal establecido!, piensa. Cuando el avión se detiene
completamente en la plataforma, lentamente se pone la chaqueta, toma su mochila
y su único equipaje de mano. Le sonríe a Hanna y le indica con la mano que
puede pasar primero. Hanna le regresa la sonrisa, abrumada. Ambos salen a la
acera donde no hay taxis u otros pasajeros recién llegados los toman u otros
taxis tienen encendido el letrero de ‘fuera de servicio’.
John da un paso abajo de la acera y se
para frente a un taxi con el letrero ‘fuera de servicio’ encendido. El
conductor se detiene de mala gana y abre la ventanilla para gritarle. John le
enseña tres billetes de cien dólares entre su índice y dedo medio haciendo
evidente que vale la pena. El conductor inmediatamente cierra la boca.
— Hotel Plaza Athenee, —dice lo
suficientemente alto para que Ana lo oiga. Ella está apretando fuertemente su
abrigo y sus piernas se están helando en sus medias de seda y su falda lápiz.
¡Ese es su hotel!
— ¡Espere, espere, espere! Por favor, —grita.
John levanta la cabeza con mirada de sorpresa como si eso fueran totalmente
inesperado—. Compartiré el taxi con usted. ¡También voy a ese hotel! —Dice
Hanna apresurándose a llegar al taxi, ya olvidando la sensación en los dedos de
sus pies por no estar totalmente preparada para el clima de Nueva York.
El conductor levanta la mano en señal de
rendición—. ¡No se desnuden a mi espalda, jóvenes! —Dice y abre la cajuela.
Pone el equipaje de Hanna y la cierra. John abre la portezuela de la muy
agradecida Hanna. El cálido interior del taxi la protege del penetrante aire
frío del exterior.
— ¿Nadie te ha venido a recoger? —Pregunta
Hanna en cuanto John se sube al taxi.
— Soy capaz de moverme de un lado a otro.
Entonces, tampoco nadie te está recogiendo a ti. —hace notar.
— No tuve tiempo para pedir que me
recogieran. Tenía prisa, —dice Hanna, tratando de leer los correos en su
teléfono inteligente y enviar una respuesta rápida a Ana para informarle que
está en Nueva York con los manuscritos y que va de camino a su hotel. Se verán
mañana. Luego pone el teléfono de nuevo en su bolsa. Voltea su cansada mirada
hacia el guapo sujeto que está mirando por la ventanilla. Nariz recta, labio
ligeramente curvado, mandíbula tensa. ¿Por qué? ¿Estresado? Molesto. La curva
de sus labios dice que está complacido por algo, pero también parece tenso.
Aclara su garganta y él voltea hacia ella.
— Gracias… otra vez, —dice—. Antes fui
grosera.
— ¿Antes? ¿Eso sería cuando subiste al
taxi o en el aeropuerto de Seattle?
— Lo siento por ambas ocasiones, —dice
apenada—. Tendría el trasero congelado si no hubieras compartido el taxi, y me
ayudaste en el aeropuerto. Fui desagradecida, Así que, —dice levantando sus
manos—, me disculpo… John.
— Aceptaré la disculpa si podemos tomar
una copa juntos, —responde.
— Mmm… Tengo que trabajar… Tengo una
conferencia, un simposio, —se corrige—, al que asistir.
— ¿Todo el día y noche? —John pregunta
alzando una ceja burlonamente y curvando ligeramente la comisura de sus labios.
— No sé si mi jefe quiere que la acompañe
en la tarde. No podría prometerlo, —contesta.
John se burla como si no le importara ni una
cosa ni la otra—. Entonces, no puedes esperar que acepte una disculpa no
sincera. Las palabras no significan nada si no están respaldadas por acciones, —dice
y voltea la barbilla hacia la fría oscuridad de la ciudad en que las luces
tratan de atravesar la niebla. Es guapo, fue amable ayudándola en más de una
ocasión y ella fue una idiota con él. Hanna se siente molesta. Saca una tarjeta
de visita—. Ahí está mi número de teléfono celular. Mañana todo el día tengo
que prepararme para la conferencia. Llámame después de las 19:00, —dice
extendiéndole la tarjeta. Cuándo él no voltea, añade—. Por favor. Quiero
respaldar mis disculpas con acciones. Lo siento mucho por haber sido tan
idiota. Fui desagradecida y desagradable. ¡Por favor! ¡Yo invito!
—
Disculpas aceptadas, —dice volviéndose hacia ella con una sonrisa
deslumbrante y toma la tarjeta, rozando ligeramente su mano. ‘Obstáculo
eliminado’ —se dice sonriendo internamente. ¡La impresionaré tan rápido, que
su cabeza dará vueltas!
Estado mental en Nueva York
New York state
of mind – Billy Joel
Algo me está golpeando suavemente la
palma de la mano, primero rítmicamente y después impacientemente. Ciertamente
no es doloroso, pero suficientemente insistente como para despertarme. Abro
ligeramente los ojos; todavía está oscuro. La única luz en la habitación es la
de las llamas parpadeantes del fuego de la chimenea. Ana duerme en mis brazos;
mis piernas están enredadas con las suyas. Uno de mis brazos acuna su cabeza
mientras que la otra está sobre su vientre. El golpeteo continúa bajo mi palma.
No es golpeteo. El bebé está pateando. ¿El bebé está pateando? ¡Está pateando
mi mano! Mi hijo está pateando. La excitación y ansiedad inmediatamente se
apoderan de mí, inyectándome adrenalina en las venas. Me siento inmediatamente
sacudiendo a Anastasia. Se queja y se vuelve sobre su espalda y abre los ojos.
— Hola, —susurra, luego la tenue luz
muestra el cambio en su expresión cuando el sueño lentamente desaparece de su
cara—. ¿Qué pasa? —Pregunta mientras ve la expresión de asombro en mi cara.
— No pasa nada. Nuestro bebé me despertó.
Ha estado pateando. Siéntelo, —digo asombrado y llevo su mano a su vientre—.
Nuestro pequeño Bip está despierto y quiere jugar con sus papás, —susurro
reverencialmente.
— Teddy, —me corrige Anastasia—. Teddy
quiere jugar, —sonríe.
— Hola Teddy, —le digo repentinamente
cerniéndome sobre mi hermosa esposa. Me inclino sobre su prominente vientre y
gentilmente empujo su camisón de gasa. Froto el vientre embarazado de mi esposa
y beso el punto que ha estado pateando sin parar. No me he molestado en ponerle
las bragas después del tango de anoche para una posible mañana de sexo. Pero,
en este momento, nuestro bebé tiene toda mi atención—. ¿Estás jugando futbol
soccer? —Le pregunto sonriendo.
— Es el hijo de su padre. Probablemente
practicando kickboxing como su papá, —se burla Ana.
— ¿Te estás burlando de mí, señora Grey?
— Sí, lo estoy haciendo señor Grey, pero
de buena manera. Nuestro pequeño ha estado muy activo y parece que ha perdido
tiempo. Hasta donde recuerdo, tú hacías eso. Levantarte en medio de la noche
para causar un terrible alboroto con tu horrible ejecución, —dice en tono
burlón.
Mi cara hace una fingida mueca de horror—.
No tenía idea de que mi ejecución en el piano fuera horrible. ¿Cómo te
castigaré por ese insulto? —Le pregunto haciéndole cosquillas. Empieza con su
risita.
— ¡Oh, Christian! ¡Por favor! —Entonces
se ríe tanto que está casi llorando—. ¡Retiro lo dicho! ¡Retiro lo dicho! —Una
risotada… Como me gusta ese sonido—. ¡Solo te estaba molestando! —Su risa
continúa.
— Me encanta ese sonido, —digo totalmente
enamorado de mi esposa mientras detengo mis actividades—. Me detendré, pero
solo porque no quiero que mi hijo decida salir y unirse a su madre para
burlarse de mí antes de tiempo. —Me inclino nuevamente y beso su vientre. Y
continúo besándola mientras me abro camino hacia su pecho. Jadea arqueando el
cuello cuando mis manos alcanzan su pecho—. ¡Ana! —Exclamo—. ¿Están doloridos? —Pregunto
preocupado.
— No, no están doloridos, pero súper
sensibles por el tacto de mi amado marido, me puede hacer venir solo con
mirarlos…
— Están más llenos, grandes, deliciosos,
femeninos… —Susurro y mis labios se aferran a un rosado pezón y lo atraigo a mi
boca. Cuando gime de placer, lo chupo profundamente y acaricio la punta con los
dientes. Mis dedos se deslizan lentamente entre sus pechos y se arrastran hasta
la parte superior de su vientre, y finalmente hacia abajo hasta el principio de
su hueso púbico. Tomo con la otra mano el pecho libre, sosteniéndolo
posesivamente, rodando su pezón entre mis dedos índice y pulgar, provocando su
pecho con mis expertos dedos. Su respiración se incrementa superficialmente por
mis atenciones. Le rindo homenaje a su otro pecho con la húmeda calidez de mi
boca. Mientras hundo mi dedo entre los pliegues de su sexo con la mano derecha,
suelto el pezón que he tenido en mi boca y luego rozo su ahora sensibilizada
piel con mi barba de un día.
La sensación posiblemente pudiera
sentirse como cien molinillos Wartenburg sobre sus ansiosos y sensibilizados
montículos. Me alejo y miro sus pezones que ahora se yerguen como perlas
deliciosas y firmes. Me inclino nuevamente y la acaricio con mi barba a través
de su híper-sensibilizada piel, en círculos, primero lenta y suavemente, luego
más aprisa y fuerte, hacia adelante y hacia atrás, volviéndola loca. La dulce
excitación de su sexo llena mis fosas nasales, volviéndome loco, increíblemente
lujurioso. Nuestra gran recámara principal repentinamente se enciende por las
flamas de nuestra pasión. La respiración de Anastasia se acelera, y sus piernas
se enganchan alrededor de mi torso. Mi erección tensa contra mi pijama de seda,
pero tendré que soportar el dolor pulsátil un poco más para hacer más
placentera nuestra unión.
You sang to
me – Marc Anthony
Recorro los labios y mi barba primero
entre sus pechos y luego, sumamente despacio me dirijo a su ombligo. Mis manos
sostienen reverente y sensualmente su vientre. Lo beso y luego hundo mi mano
nuevamente en su sexo. Está empapado. Deshago el lazo de mis pantalones y lo
pateo al piso. Mi erección salta en busca de la humedad de Ana, un nuevo placer
sale hacia la superficie. Tomo mi erección en la mano y la pongo en la abertura
de su ansioso sexo. Mientras deslizo mi polla al interior de mi esposa hasta la
empuñadura, un gemido bajo emana de Ana. Empiezo a moverme; deslizándome
despacio hacia fuera y hacia adentro. Sus músculos internos aprietan y dejo
escapar un profundo gemido, echando la cabeza hacia atrás. Está preparada y
lista para venirse. Puedo sentir la acumulación lenta de las ondas—. ¡Todavía
no! ¡No te vengas! —Siseo apretando los dientes—. ¡Qué dure!
— ¡Christian! —Gime. Levanta las caderas—.
¡Por favor!
— ¡Aguanta! —Ordeno—. ¡Aguanta hasta que
te lo pida!
Me hundo suave y profundamente en ella,
sintiendo la sensación de cada golpe, pero los movimientos son rítmicos,
sincronizados. Siento el tirón de sus músculos internos, el aleteo de su
clítoris y ruega nuevamente —¡Por favor Christian! ¡No puedo venirme si no me
lo pides! ¡Por favor!
Estoy impotente cuando jala con la
embriagadora atracción de su cuerpo exuberante, sus ruegos y antes de rendirme
completamente en el placer, me hundo más profunda y rápidamente como un pura
sangre tras la meta ganadora final. Nuestras respiraciones se incrementan—. ¡Lo
conseguirás! ¡Espérame! —Sostengo sus caderas, en un ángulo tal que el placer
permanezca justo por debajo del pico, pero no lista para venirnos. Cambia su
ángulo buscando la liberación.
— ¿Cuándo te vas a venir Ana?
— ¡Cuándo me lo permitas! —Grita—. ¡Por
favor!
— ¡Es correcto, nena! ¡Vente para mí! —Gruño
con profunda voz gutural. Ana grita de placer con mi nombre como una letanía en
sus labios cuando la bese de mi polla besa su sexo. Estoy perdido en mi mujer;
sostengo sus caderas y me muevo de la manera correcta para golpear dos veces
más antes de sucumbir al éxtasis completo y perderme dentro de mi mujer.
L sostenga de esa forma por unos minutos
más. Cuando salgo de ella se oye el sonido de la succión; Ana se estremece,
viéndose triste al perder la conexión—. Quiero ir por la segunda ronda, —dice
haciendo pucheros.
— ¡Jesús, Ana! Eres insaciable, nena.
Dame tiempo para reponerme y te haré venirte toda la noche. —Y lo hago.
— ¿Qué piensas de este? —Pregunta Ana
enfundada en un impresionante vestido de coctel color burdeos. El escote del
vestido llega hasta el principio de su vientre. El talle empieza bajo sus
amplios pechos. Anastasia gira y la espalda es aún más reveladora que el
frente. La abertura en sus piernas está hasta su muslo derecho.
— ¡Ana! —Jadeo. La boca se me seca.
— ¿Te gusta? —Pregunta mirándose en el alto espejo.
— Más que gustarme; me encanta. Pero, —digo,
haciendo una señal con el índice para que gire. Abre sus brazos y gira una vez
más—. Es demasiado revelador … aquí, —toco entre sus senos—. Y aquí… —Susurro
mientras toco la parte baja de su espalda—. Yyyy, aquí, —murmuro tocando la
parte superior de su muslo derecho—. ¡Todo esto es mío! No quiero que a los de
la élite mundial se les caiga la baba cuando lt hagan un cumplido.
— También esto es tuyo, —dice sosteniendo
su vientre protectoramente—. Puede que no haya estado antes en Nueva York, pero
he sido aconsejada por un pajarito que no había escasez de mujeres que están
dejando salir a su puta interior. Me gustaría que tuvieras tus ojos puestos en
mí, solamente, —dice mordiéndose el labio. Frunzo el labio tratando de no reír.
Está celosa.
— En ese caso, señora Grey, también
haremos eso, —digo. Hemos comprado seis vestidos de maternidad. La compradora
personal llevó zapatos que hacen juego con los vestidos y el resto de trajes.
No solamente son zapatos. Son una declaración de moda, diseñados para realzar
la elegancia de la mujer y alargar sus piernas, acentuando su belleza. Son
simplemente obras de arte. Anastasia se ve impresionante con cada uno de ellos.
— Los traerá todos, —digo.
— Christian, no los necesito todos. Con
uno basta.
— Los quiere todos, ordeno a la
compradora—. Necesitamos también abrigos que hagan juego con los trajes.
— Claro, señor Grey, —dice y se retira
rápidamente.
— ¡Christian!
— ¡Ana! No empieces, por favor. Eres mi
esposa. Quiero que los tengas. Mereces mucho más. Creo que una mamá embarazada
debe ser consentida un poco. ¿Puedo hacer eso por ti?
Suspira—. De acuerdo, supongo.
La compradora personal regresa con un
exhibidor lleno de abrigos que hacen juego con cada vestido y más. Se retira
después que nos dice que estará inmediatamente disponible si necesitamos algo
más. Me gusta el rojo de mohair de lana cruzado de Lanvin, el blanco de Nina
Ricci y uno negro de Donna Karan para mi bella esposa.
Lanvin Nina Ricci Donna Karan
— ¡Christian! Sé
que te gustan, y también a mí, ¡pero considerando todos los demás artículos que
compramos, esto es demasiado! No quiero los tres. Solo necesito uno.
— No quiero que te lleves algo solo
porque lo necesitas. Quiero llenarte de regalos. ¡Eres mi esposa! Lo que es mío
es tuyo. Nuestro. Te lo he dicho antes. Esto es nada. Solo pedazos de tela.
Solo quiero complacer a mi mujer. Déjame hacer eso por ti… —Murmuro sosteniéndola
de los brazos. Muerde su labio con culpabilidad en su cara—. Ana, —le digo
levantando su barbilla—. Te compraré muchas más cosas. De hecho, tú y yo iremos
a comprar alguna ropa para bebés, hoy, garantizado que lo haremos en cuanto
terminemos las compras para la mamá de Teddy, —digo levantando una de mis
cejas.
— ¿Ropita para bebé? —Pregunta
alegrándose—. ¿Ahora mismo? ¿Podemos comprar una poquita ahora?
— ¡Por supuesto! Pero, —digo pasando los
dedos por la ropa que tenemos en el exhibidor para que se la pruebe—. Pero hay
una condición. —Sigue la dirección de mis dedos y ojos. Luego pone los ojos en
blanco, y deja escapar un suspiro de frustración.
— ¡De acuerdo, bueno! Pero si hago eso
hoy, mañana… Solo debo ir acompañada por un guardaespaldas.
— Factor decisivo. Llevas a dos de ellos,
y te dejo. Estamos de acuerdo en eso. No querrás volver a discutir un trato ya
establecido, Ana. Recuerda, tengo más experiencia que tú negociando.
— Tienes razón. Pero…
— No hay peros, Ana. Pensé que esta noche
querías mostrar quien es el amo del corazón de Christian Grey.
— Así es, —dice con determinación. Luego
voltea hacia la compradora personal, quien está parada a una respetable
distancia—. ¿Sí, señora?
— Nos los llevamos todos, —contesta Ana.
— Mándelos a nuestro apartamento,
señorita Palmer. ¡Taylor! ¡Dale las instrucciones! —Taylor asiente.
— ¿En dónde están los artículos para
niños? —Pregunta Ana excitada.
— Señor y señora Grey, si desean comprar
en nuestro departamento de niños, inmediatamente asignaré a una compradora para
usted en ese departamento. De esa manera, cuando terminen sus compras, podremos
enviar todos los artículos juntos.
— Eso es maravilloso. Gracias. —Asiento y
tomo la mano de mi esposa. Sawyer y la señorita Tiber nos siguen disimulada,
pero vigilantemente.
— No podía imaginar que hubiera tantos
estilos para bebés, —comento.
— Sí, pero creo que para las niñas hay
muchas más opciones, replica Ana—. ¡Oh Christian! ¡Estoy tan emocionada!
Gracias. ¡La primera ropa de nuestro bebé! Grace, Mia y Kate quieren organizarnos
un “baby shower”, pero me gusta la experiencia de comprar la primera ropa de
nuestro bebé… contigo… con su papi, —dice sonriendo.
— Nunca te he visto tan feliz excepto
cuando estás debajo de mí, —susurro en su oído. Nunca dejo de estar complacido
haciendo que mi mujer se ruborice tan profusamente.
Sus ojos se abren desmesuradamente—.
¡Christian! —Me reprende mirando alrededor como una quinceañera que es atrapada
haciendo algo que se supone no debe hacer, pero secretamente feliz por ello.
Aprieta mi mano para obtener el mismo placer en el momento apropiado.
— De hecho, te mostraría cuán feliz te
haría ahora, pero tengo muchas cosas planeadas para nosotros en Nueva York. Y
lo mucho que deseo que pongas esa cara nuevamente, —susurro lascivamente—,
tengo una sorpresa planeada para ti, nena.
— ¿Qué clase de sorpresa?
— Terminemos nuestras compras, y lo
sabrás. Además, si te lo digo, no sería sorpresa, —sonrío.
— ¿Por qué vamos al aeropuerto? Christian,
no podemos regresar, mañana tengo la conferencia; ¡no podemos irnos a casa hoy!
—Protesta después de ver que señal de entrada al aeropuerto.
— Nena, relájate. No estamos regresando a
casa. Quiero que veas la ciudad a ojo de pájaro. Tenemos mucho por hacer, y
quiero poner la ciudad a tus pies. Vamos al helipuerto, —digo.
— ¿Toda la ciudad? —Pregunta excitada.
—
¿Hay otra manera? Además, hace frío y no quiero permanecer afuera por mucho
tiempo si vamos a hacer turismo. De esta forma, quiero que el primer viaje de
mi esposa a Nueva York, sea inolvidable, —murmuro.
— ¡Ya lo es! ¿Toda la ciudad? —Pregunta
nuevamente.
Me río a carcajadas esta vez—. Sí, toda
la ciudad.
— ¿Vas a pilotear tú?
— No, nena. Prefiero ver tu reacción y
disfrutar esta hermosa ciudad contigo. No lo cambiaría por nada, —murmuro y
levanto su mano para besarla suavemente—. ¿Te estás divirtiendo? —Pregunto finalmente
observando su cara.
— Pretendo pensar que solo somos tú y yo.
—murmura, mostrando su seguridad con los ojos, haciéndome sonreír.
— Si están cerca de nosotros, tienen mi
mayor confianza. Tienen firmados rígidos contratos de confidencialidad y son
nuestros empleados más leales. Pretendo que ni siquiera están aquí. Yo lo hago.
En lo que a mí respecta, estamos solos, —murmuro. Esta es nuestra forma de
vida. Tenemos que escoger que debemos vivir con nuestro equipo de seguridad, por
el bienestar de nuestra familia.
Cuando la SUV para en el estacionamiento,
Taylor abre mi portezuela y Melissa la de Ana. Me apresuro a ir al lado de mi
esposa y tomo su codo.
—
Sí. Me encanta estar contigo, Christian. Adoro estos momentos privados. Se
envuelve con la bufanda un poco más apretadamente.
— Estaremos en el calor pronto, nena. Te
traeré aquí al principio del verano cuando el clima es mucho más placentero.
Pero el invierno en Nueva York, especialmente cuando está cubierta de blanco es
una diferente belleza a contemplar. Quiero que la disfrutes.
— ¡Gracias Christian! Estoy muy
emocionada. ¿Qué partes de la ciudad veremos? —Pregunta.
— Paciencia, nena, —sonrío—. Quiero algo
que sea una sorpresa para ti, —contesto.
— Señor Grey, el helicóptero está listo
cuando quiera, —dice Taylor mientras sostiene el audífono de su oreja para oír
las instrucciones.
— ¡Ese es un helicóptero enorme,
Christian! —Exclama Ana.
— Eso es, —señalo los escalones.
El piloto y copiloto están esperando—.
Señor y señora Grey, bienvenidos a bordo. Espero que disfruten el recorrido.
Soy su piloto, Greg Davidson. Este es mi copiloto Randy Finnegan. Es un placer
servirle, —dice extendiendo la mano. La estrecho y la asistente de vuelo nos
muestra el camino hacia nuestros asientos.
— ¿Qué clase de helicóptero es este? —Pregunta
Ana.
— ¿No lo reconoces? —Pregunto.
— No. ¿Debería? Todavía no soy muy
entendida con las aeronaves. Espera…
—dice sosteniendo la frase. Se
rasca la cabeza—. Es un Sikorsky. Sikorsky algo, ¿verdad?
— Sí, ¡buena niña! —Respondo complacido.
Lo recordó—. Es un Sikorsky S-92. También tenemos un guía de turistas privado
que te informará todo sobre Nueva York, —digo. Cuando me siento frente a
Anastasia, protesta.
— A mi lado, por favor, —ruega.
Sonrío—. Un placer, —replico.
Helicóptero Sikorsky
-92
Después del despegue, el guía de turistas
se presenta. Parece que está en sus 30s, cuya foto está en su gafete de
identificación—. Bienvenidos a bordo, me informaron que esta es su primera vez
en nuestra hermosa ciudad, —dice dirigiéndose a Anastasia—. Por tal motivo, es
un honor presentarle los aspectos más destacados de la “Gran Manzana”. Vamos a
mostrarle las impresionantes vistas de la Estatua de la Libertad, La Isla de
Ellis, y más allá, —dice señalando con su mano derecha—, es el lado oeste de
Manhattan. —Luego se mueve para informar la breve historia de la estatua y de
la isla Ellis—. Doce millones de inmigrantes han pasado por la “Isla de la
Esperanza, la Isla de las Lágrimas”.
— ¿Ha vivido toda su vida aquí, Harrison?
—Le pregunta Ana mirando el gafete que atrevidamente lee y dice Harrison
McAllister.
— Sí, señora. Muchas generaciones atrás,
mis antepasados pasaron por este punto turístico que obviamente era un puerto
de desembarque para muchos inmigrantes pobres. Hemos estados aquí desde 1892,
la primera vez que este lugar estuvo en servicio. Mis raíces están aquí, en
esta ciudad. —dice sonriendo.
— ¿Así que eres irlandés?
— Irlandés y puertorriqueño por el lado
de mi madre, señora, —contesta.
— Eso debe ser algo por lo que estar
agradecido, —responde Ana y cierra la boca con su mano como si hubiera dicho
algo indebido—. Oh, lo siento señor McAllister.
— Tiene razón, señora. Las peleas y la
bebida fueron costumbres en ambas familias. Pero, ahora es el boxeo y las artes
marciales. Ahora beber es una forma de arte, una necesidad social, —agrega con
un destello en los ojos esbozando una brillante sonrisa a mi esposa, capturado
por su encanto.
— Tan encantador como es conocer tu
herencia familiar, —digo con los dientes apretados—, creo que mi esposa se
beneficiaría más de la información que tienes sobre la ciudad en lugar de
escuchar sobre tus ancestros que han vivido en la ciudad desde 1892. —La mirada
que le dirijo es penetrante, severa. Ana me aprieta la mano más fuerte
poniéndola en su vientre para recordarme que me pertenece. Giro la cabeza y
cierro ligeramente los ojos. Luego la vuelvo nuevamente a nuestro guía,
finalmente calmado y señalando la ventana—. ¿Es ese el puente George
Washington? —Pregunto. Puedo sentir el apretón de la mano de Ana y me relaja, y
subrepticiamente deja escapar la respiración que estaba conteniendo.
El guía se aclara la garganta—. Sí señor.
—Luego habla del puente durante los siguientes tres minutos.
— ¿Qué es ese enorme rectángulo cubierto
de nieve? —Pregunta Ana—. ¿Es el Parque Central? ¡Es magnífico!, —Exclama.
— Sí señorita. Es el Parque Central. Y
los puntos en movimientos son personas que están patinando, —dice y nuestros
tres guardaespaldas voltean a ver al guía de turista y luego a mí.
— Señora, —digo. Mi voz es baja,
dominante y amenazante.
— ¿Perdón? —Pregunta el guía. ¿Me está
provocando? Lo miro con incredulidad. Seguramente no puede ser tan estúpido. En
ese momento cinco pares de ojos voltean hacia mí.
— Es la señora Grey, mi esposa. No es una
señorita, —digo, parpadeando. Los labios de Ana están apretados en una línea
delgada.
— Mis disculpas, señor Grey. Por
supuesto. Es una expresión de cortesía para las damas jóvenes y es difícil
saber si son señoritas o señoras. —Dice asintiendo—. No es difícil decir que es
una señora. Quiero decir que es joven y atractiva, pero se ve claramente que
ella está con usted y es su señora, —dice enterrándose más profundamente en su hoyo
de mierda—. Bueno, sobre Nueva York, —dice sonrojándose y luego empieza a
hablar del perfecto perfil de la ciudad, el Times Square, el Madison Square
Garden, el edificio Chrysler. Hace todo lo posible por no volver a estar ojo
con ojo conmigo. A la mitad del recorrido, comemos mientras observamos a los
patinadores. Cuando termina el recorrido y aterrizamos en el helipuerto, creo
que el guía –cualquiera que sea su nombre- da un suspiro de alivio. Nos
acompaña a la salida y cuando nos da un apretón de manos dice—, fue un gran
placer servirlos señora y señor Grey.
Cuando estamos firmemente parados en
tierra, Anastasia me pone los ojos en blanco y sacude la cabeza, pero no dice
nada. Se envuelve en el abrigo más apretadamente como si quisiera calentarse,
cruza los brazos y camina hacia la SUV sin palabras. Me preparo para la
discusión que se avecina. Taylor, Sawyer y Melissa nos echan una mirada
vigilante, pero evitando compartir la ira que Ana pueda expresar. Se ve
pensativa. Se detiene a medio camino y voltea hacia mí. La expresión en su cara
es ilegible. Pongo la cara de impasividad y la miro.
—
Mmm, Christian, —dice como preámbulo a algo en lo que quiere opinar.
Lo
que viene después y la entonación no es lo que esperaba—. ¿Sí?
— Tu hijo tiene hambre. ¿Podemos comer
algo? —Parpadeo. No es eso lo que esperaba que dijera. Cuando no obtiene una
respuesta enseguida, y viendo mi expresión de asombro, rápidamente añade—. Lo
siento. Creo que puedo esperar un poco si no tienes hambre. Acabamos de comer,
pero de repente tengo ese antojo enloquecedor de papas con romero y pizza al
pesto con pollo. Si no tienen papás al romero, puedo aceptar pizza con tomates
secados al sol, arúgula y champiñones portobello sobre pasta delgada. Jugo de
arándano y pepinillos y probablemente Cannoli para postre. ¿Podemos encontrar
eso aquí?
Cannoli – Postre tradicional siciliano
— Ohmm… —murmuro todavía estupefacto—,
seguro, por supuesto. Estoy seguro que hay un buen restaurante cerca. ¿Así que,
¿no estás enojada? —Pregunto.
— ¿Por qué? —Pregunta. Sacudo la cabeza—.
Cuando vi el Parque Central desde arriba, pensé que se veía como una gigante
charola de tiramisú. Me hizo sentir hambrienta… —dice encogiéndose de hombros—.
Y, —dice bajando la voz—, necesito hacer pis. El guía continuó hablando cuando
lo amonestaste y estaba muy avergonzada para preguntar si tenían baño a bordo.
Así que, ¡es culpa tuya que esté a punto de hacerme pipí! —murmura apretando
con fuerza sus piernas—. Estaba apretando tu mano cuando estabas demasiado
ocupado regañando a nuestro guía para podértelo decir, pero ahora, ¿puedes
encontrarme un baño, por favor? Por ejemplo, ¡ahora mismo! —Dice impacientemente.
Sonrío ampliamente y cuando dejo escapar un suspiro de alivio, es difícil
ocultarlo a nadie, no importa cuanto lo intente y mi respiración sale como el
vapor de una olla humeante en el frío clima de Nueva York. Anastasia utiliza el
baño del helipuerto mientras nosotros tres esperamos que salga.
Cuando sale, pregunta—, ¿ya localizaste
un restaurante? ¡Estoy hambrienta!
— Estoy disfrutando estos momentos, Ana.
Solía ser tan difícil hacerte comer. Tengo que agradecerle a nuestro
hijo, —digo enfatizando—, por hacer que tengas hambre. —Luego me
inclino y susurro en su oído—. Debí haberte embarazado mucho antes por ninguna
otra razón más que para hacerte comer.
— ¡Christian! —Me reprende nuevamente—. Aunque
justo ahora solo puedo pensar en comida. No creas que no he notado u olvidado
tu racha de celos de antes, —murmura, señalando en dirección al helicóptero.
— No quiero que lo olvides, nena. Nunca.
No quiero que nadie olvide que me perteneces a mí y solamente a mí. Ese cabrón
y cualquier otro que ponga los ojos en mi mujer hará bien en recordar eso.
— ¡Christian! Estoy embarazada. De tu hijo.
Los hombres no van a acercarse a mí mientras hay mujeres solteras disponibles.
Creo que nuestro guía Harrison solo estaba siendo cortés. Y además, ya soy tuya
y solo tuya, señor Grey. ¡Harías bien en recordar eso también!
— ¿Por qué crees que estamos teniendo
esta discusión? —Pregunto—. Vamos, necesito alimentar a mi esposa y bebé, —digo
mientras la arrastro hacia el SUV estacionado.
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