CAPÍTULO XXII
Nueva York
No puedo, en conciencia,
discutir sobre Nueva York con nadie. Es como Calcuta. Pero amo la
ciudad de una manera emocional e irracional, como amar a tu madre o a tu padre,
aunque sean borrachos o ladrones. He amado la ciudad toda mi vida, para mí
es como una gran mujer.
Woody Allen
— ¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero Hanna tiene que
traerme algunos manuscritos importantes que olvidé empacar. No los tengo en el
disco compartido así que no puede acceder a ellos desde afuera, no con toda la revisión
extra que han hecho los muchachos de IT. Y los necesitamos para presentar a
algunos de nuestros actuales y futuros escritores. Así qué, tomará un vuelo más
tarde esta noche o mañana temprano.
—
¿Llegará a tiempo? ¿Quieres que vaya contigo al simposio? Mi oferta aún está en
pie, —le digo a Anastasia. Si su asistente no está aquí, quiero a alguien muy
próximo a ella.
Anastasia
rueda los ojos—. ¡No, Christian! Cuando mucho, llegará mañana en la tarde.
Aunque así no fuera, lo cual es poco probable, puedo arreglármelas. Además,
puedo demostrar a los demás que puedo hacerlo bien sola. —Luego baja la voz—.
Te lo dije, eres una distracción para otros y quiero que pongan atención a lo
que tengo que decir en lugar de que se coman con los ojos a mi marido. —Le hago
un puchero a su comentario sabiendo el efecto.
— Creo que Melissa puede desempeñar el
papel de mi asistente por un día si Hanna no llega a tiempo para el simposio.
— De acuerdo. Puedo vivir con eso, a
pesar que no es lo que quiero. Ya que me comprometí, creo que me debes mucho,
señora Grey.
— ¿Deberte mucho? —Pregunta abriendo
grandes ojos.
— Sí. Carta blanca bastante amplia.
— Carta blanca, —dice tratando de medir
la expresión, quedándose repentinamente sin respiración. Alcanzo y tomo la
BlackBerry de su mano y la apago sin mirarla y la dejo caer en su bolsa—. Sí,
la última vez que estuve allí, fui solo a una reunión de negocios. Me distraje
por tu desobediencia y fui acosado por los más indeseables avances de buitres,
tanto masculinos como femeninos.
Levanta la cabeza de golpe—. ¡Nunca
dijiste nada de eso! —Dice con voz acusatoria.
— Estaba preocupado pensando en mi
esposa. Nada que reportar, pero ya que voy a asistir a una reunión similar,
estoy bastante seguro que los invitados de negocios serán parte de la misma
multitud. Pero esta vez… —Digo haciendo pausa, quiero a mi mujer colgada de mi
brazo mostrando su presencia con su espectacular cuerpo y su picardía y
mostrando su posesión sobre mí, y la mía sobre ella—. …Esta vez te quiero conmigo
y no quiero que nadie tenga una sola duda de a quien pertenezco y quien me…
pertenece…
Una alta voz femenina interrumpe nuestra
conversación. La asistente de vuelo está dando las instrucciones de seguridad
de vuelo. Esta vez presto mucha atención porque tengo los dos cargamentos más
preciados conmigo: mi esposa y nuestro bebé en su vientre. Sin embargo, en ese
momento, la reacción de Anastasia a lo que acabo de decirle no se me escapa.
Primero parpadea y luego sus labios se entreabren para decir algo. ¡Oh mierda!
Esto puede devenir en dos direcciones. ¿Está enojada? Voltea la cabeza hacia la
asistente de vuelo con las cejas fruncidas. Una vez que terminan las
instrucciones de seguridad obligatorias, fijo la mirada en Anastasia. Hace una
profunda inspiración y prepara su ingenio para pronunciar su discurso más
intimidante.
digo
sonriéndole
Luego abre la boca para decir lo que se
ha estado gestando en su mente los últimos minutos, pero es interrumpida por la
voz de Stephen por los altoparlantes advirtiéndonos que nos abrochemos el
cinturón de seguridad ya que estamos en línea para el despegue. La palabra
‘despegue’ dispara el temor en Anastasia. Sus manos se aferran automáticamente
a su asiento, y sus nudillos se ponen blancos. Puedo ver la ansiedad aumentando
en ella. Inmediatamente extiendo las manos y tomo las suyas, y corro círculos
reconfortantes en el dorso y palma de sus manos. Nuestra auxiliar de vuelo
castaña se acerca y rápidamente recoge los vasos y platos vacíos de los
asientos. Oigo clics colectivos desde los asientos traseros al abrocharse los
cinturones de seguridad de Taylor, Sawyer, Melissa y Reynolds. El jet de mi
compañía comienza a rodar en la pista, primero despacio y luego se para
completamente poniéndose en posición con los otros aviones para el despegue.
Luego oigo un clic final de un cinturón en la parte trasera del jet.
Probablemente es el de la auxiliar de vuelo. La voz de Stephen se vuelve a oír—.
Son las 11:06, hora local. Somos el tercer avión en línea para despegar. Por
favor observen la señal de cinturón hasta que se apague. Vamos a llegar al
aeropuerto John F. Kennedy de la ciudad de Nueva York, a las 20:38, hora
estándar del este. El tiempo total de vuelo estimado es de seis horas treinta y
dos minutos. Como siempre, es un placer servirlos. ¡Por favor, permanezcan
sentados y disfruten el vuelo!
Anastasia continúa respirando rápidamente—.
Relájate, nena. Estoy aquí. Enfócate en mí… —Anastasia parpadea unas cuantas
veces más—. Anastasia, mírame, —digo suavemente. Lo último que quiero es que mi
esposa comience trabajo de parto por su temor a los despegues. Cuando voltea a
verme, le doy mi sonrisa más deslumbrante para mantenerla enfocada en mí en
lugar de a sus miedos. La mejor técnica para Anastasia es la de distracción—.
¿Por qué estabas enojado hace un minuto? —Pregunto.
— ¡Oh! —dice, frunciendo primero el
entrecejo—. Es que no traje ningún vestido de fiesta, —dice con voz
contemplativa—. Tienes que llevarme de compras, ¡así podré verme mucho mejor
cuando les patee el trasero a aquellas que quieran un pedazo de mi marido!
— Señora Grey, ¿estás celosa? —Le
pregunto oscureciendo la mirada.
— ¡Un poco! Eres mío tanto como soy tuya,
Christian. ¡No puedo creer que no me hayas dicho nada al respecto! —Dice
distraídamente.
— No hay nada que decir excepto que sentí
profundamente tu ausencia. Fue uno de los peores días de mi vida y había muchas
otras emergencias con las que lidiar que no había recordado hasta hoy. Pero
todavía no quiero hablar de ese día. Es…
desagradable, —murmuro recordando la intrusión de Hyde a nuestro apartamento.
— Muy bien, señor Grey. Creo que no te
perderé de vista cuando vayamos a tu reunión de negocios. ¿Es una reunión? —Pregunta
como una ocurrencia tardía.
— Es estarse codeando con otros muy ricos
de Estados Unidos continental, Canadá, Sudamérica, Europa y el sudeste
asiático. Conocer y saludar, hacer conexiones, hacer tratos comerciales
mientras se socializa. De hecho, normalmente es muy aburrido, pero ya que tú
irás, mi noche se está vislumbrando mucho mejor, —digo sonriendo mientras el
jet acelera en la pista y el agarre de Anastasia sobre mí se hace más fuerte.
Al segundo que las ruedas del jet dejan la pista y la nariz del avión está en
un ángulo pronunciado subiendo, los ojos de Anastasia se ensanchan—. Respira,
nena, respira. Es solo el despegue. Pronto estaremos en la altitud de crucero, —digo
buscando algo para distraerla—. ¿Qué tanto te gustó la cuna que escogimos?
¿Aceptaste solo por complacerme o realmente te gustó?
Piensa por un momento. Oh, oh. Eso no
puede ser bueno—. Me gustó, —dice asintiendo.
— ¿Eso es todo? —Sondeo.
— Sí. No creo que él apreciaría una
recámara femenina, y también estoy tan preocupada como tú por su bienestar. Ya
que vamos a ser padres primerizos y que ninguno de los sabe nada sobre
paternidad, me gustaría que cualquier cosa que nos ayudara, será bienvenida.
Vamos a contratar una niñera; ya hemos discutido eso, pero quiero que estemos disponibles
como sus padres. Creo que fue extremadamente dulce que hayas investigado antes
para saber que era exactamente lo que querías, señor Grey, —dice.
— ¿Qué? ¿Cómo? —Pregunto sorprendido.
— Oh, creo que le estoy tomando la medida
a mi hombre Grey y debo decir, que me encanta esta preocupación, esa parte
paternal protectora en ti. Me hace sentirme muy orgullosa saber que vas a ser
un padre excelente. —Está sonriendo y completamente segura de sí misma.
— ¡Dios! ¡Te amo, señora Grey! Eres el
centro de todo mi universo. Todo está bien contigo y de alguna manera es alentador.
—Le digo besando su mano.
En ese momento las luces del techo suenan
y Stephen apaga el letrero de cinturones—. Les habla su capitán. Ahora pueden
desplazarse por la cabina.
A una hora de vuelo, Anastasia se duerme.
Sus dos siestas son puntualmente tomadas en su agenda. El crecimiento del bebé
le está quitando mucha energía. Así que la cargo a la cabina dormitorio.
— ¿Te acostarás y me abrazarás,
Christian? —Pregunta bostezando. Tengo que revisar documentos comerciales, pero
mi esposa es más importe que eso.
— Si me acuesto contigo, no sé si podré
mantener mis manos lejos de ti el tiempo suficiente para permitirte dormir, —le
digo con sinceridad.
— Prefiero tenerte conmigo, aunque no
puedas mantener tus manos alejadas de mí, señor Grey, —dice y bosteza
nuevamente.
— ¡Argh! ¡A la mierda! —Digo y me quito
los zapatos y los calcetines. Me quito la chaqueta y la coloco sobre una silla.
Finalmente jalo el edredón y tapo a mi esposa con él y me acuesto a su lado. Atenúo
la luz de las lámparas y la jalo a mis brazos. La última vez que estuve en el
avión fue cuando volaba de regreso de Nueva York, furioso, completamente solo,
solo intentando encontrar a Anastasia en Seattle. Aquí está, en mis brazos. La
abrazo con más fuerza.
— También te amo, Christian, buenas
noches, —dice con una sonrisa y la voz somnolienta.
Beso su cabello—. Duerme bien, nena, —susurro—.
Te amo más.
Nuestro conductor nos encuentra en el
área de reclamo de equipaje con un letrero en la mano que dice “SEÑOR TAYLOR”.
Taylor levanta sus dedos índice y medio como el saludo de los boy scouts y
llama la atención del conductor. Está vestido con su traje de conductor y sombrero
de chofer—. Bienvenidos a Nueva York, señor Taylor, señores, señora, señora, —saluda
individual y colectivamente—. Estoy parqueado en el estacionamiento.
— ¿Cómo está el tiempo? —Pregunto.
— Estamos a -3ºC a esta hora. No estaba
seguro de que su vuelo llegara a tiempo dadas las condiciones climáticas de
nuestra ciudad. Hemos tenido nieve moderada, esperamos nevadas fuertes en
aproximadamente una semana. Está muy frío afuera. Es mejor que todos se pongan
abrigo. —Dice. Cuando dejamos la calidez del aeropuerto para ir al estacionamiento
cubierto, la avalancha de ráfagas frías viene de todos lados como para ‘congélate-el-culo’; el viento silba. Envuelvo a Anastasia
más apretada en su abrigo. Envuelve su bufanda para cubrir su cara enrojecida.
Nuestras respiraciones salen en volutas de vapor. El conductor rápidamente
localiza la limusina y abre las portezuelas.
— ¡Brrr! ¡Hace mucho frío! ¡Nunca había
estado en ningún lugar con una temperatura tan baja como esta!
— Así es Nueva York en enero, señora —dice
el conductor de la limusina en donde su carnet de identificación dice: “Barney
J. Harrigan”, mientras abre la portezuela. Su cabello es grisáceo aparentando
que debe estar en sus últimos años cincuenta—. Perdone la expresión, señora,
pero cuando lleguemos a la ciudad verá a la gente que se escabulle como ratas
entre la muchedumbre y con prisa en este clima frío. Porque todos quieren dejar
la calle fría y encontrar alguna esquina cálida para calentarse. —Ayudo a mi
esposa a entrar mientras el conductor ayuda a Reynolds, Sawyer, Taylor y
Melissa a subir el equipaje. Todos entran al vehículo y el conductor se mueve.
La limusina está fría, pero Barney enciende la calefacción y empieza a salir el
calor.
Alrededor de las 21:00, la ciudad se ve
brumosa, oscura y dura. A medida que la limusina acelera a través de ella,
Taylor está revisando la logística con el grupo de seguridad. Ana mira con
curiosidad por la ventanilla observando el peligro que representa la ciudad de
Nueva York. El tráfico avanza con dificultad y Anastasia parece hipnotizada por
el vapor que sale de las alcantarillas. Cuando paramos en un semáforo, el suelo
retumba haciendo que Ana se sobresalte.
— Es el metro, —le recuerdo. Asiente y
abre la boca.
— ¡Hay luces por todas partes y son muy
brillantes! ¡Guau! ¡Creo que los habitantes de esta ciudad no deben haber visto
las estrellas o la luna en años con toda esta contaminación luminosa! —Dice
tratando de girar la cabeza para dar un vistazo al cielo. Sus ojos están
brillantes con la emoción de un borracho que a todos les pasa cuando ven la
ciudad de Nueva York por primera vez. La mirada lo dice todo: mucha admiración
y algo de intimidación, pero más que nada expectativas. Mientras atravesamos la
ciudad rumbo a nuestro apartamento, Anastasia observa a la gente. Algunos solo
miran al frente continuando su camino con rapidez, ajenos y desinteresados en
los acontecimientos a su alrededor. Solo algunos pocos levantan la mirada
ocasionalmente—. Mmm… —comenta Anastasia—. Si mis observaciones en Seattle son
correctas, aquellos que se apresuran e ignoran la belleza alrededor es que son
neoyorquinos. Y aquellos que miran con frecuencia hacia arriba como si a la
ciudad le fuera salir otro rascacielos del piso, son visitantes.
— Tienes razón. Ningún natural de Nueva
York se pararía en la mitad de la calle para mirar hacia arriba.
— Nunca te lo he preguntado, Christian,
¿dónde está tu apartamento? —Anastasia pregunta con los ojos encendidos.
— Nuestro apartamento —enfatizo—, está
en el Upper East Side en Manhattan.
Anastasia
se ve cansada, pero intenta luchar contra el cansancio por la emoción de estar
en la ciudad de Nueva York. El conductor de la limusina se desvía a una calle
de un solo sentido, y da vuelta en la calle donde se encuentra nuestro
apartamento. Cuando la limusina está frente al edificio de apartamentos, baja
la velocidad con cuidado y frena completamente. Un portero se apresura a abrir mi
portezuela. Taylor se desplaza al otro lado y nuestro equipo de seguridad se
desplaza rápidamente tomando diferentes posiciones para escanear el área y
luego procede a bajar el equipaje.
Ayudo a Anastasia a bajar
del vehículo—. Con cuidado,
nena, puede haber hielo en el piso y traes tacones, —me digo mentalmente
pateándome. Debí haberla hecho usar tenis o algo así. Este tipo de clima no es
para lucir tacones.
Cuando el portero me ve, sonríe—. ¡Señor
Grey! Que gusto verlo de nuevo en Nueva York, señor. Bienvenida señora.
— Gracias Donald. Esta es mi esposa, la
señora Grey.
— Mucho gusto en conocerla, señora. Vamos
a entrar a la calidez del edificio. El clima ha estado desagradablemente frío,
pero a pesar de eso no hemos tenido mucha nieve, —dice mientras abre la puerta
del edificio. Le pongo algún dinero a Donald en la palma de la mano mientras
que el soplo de aire cálido nos da la bienvenida. Presiono el botón de llamada
del elevador.
Taylor se pone a mi lado, y discretamente
se aclara la garganta. Levanto las cejas y lo miro—. Subiré por el elevador de
servicio con Reynolds para dar una barrida, señor. Le agradecería que esperara
a llegar al penthouse unos tres minutos. Déjeme asegurar su alojamiento, —dice.
Le hace un imperceptible asentimiento de
lado y mira a Reynolds y rápidamente se van con pasos rápidos.
— ¿Qué fue eso? —Pregunta Anastasia.
— Nada de qué preocuparse, nena, —digo—.
¿Estás cansada? ¿O lo suficientemente bien para ir a cenar?
— Me encantaría salir, pero me siento
agobiada.
— Bien, entonces ordenaremos para que nos
traigan la comida. Hay algunos buenos restaurantes con excelente cocina en el
vecindario. —El ding del elevador suena abriendo las puertas. Tres jóvenes
charlando alegremente salen del elevador y se dirigen a la puerta después de
apretar fuertemente sus abrigos y bufandas—. Esperaremos el siguiente, —digo,
ya que una nueva llegada de residentes se acerca para subir y sostienen la
puerta para que entremos. Un empresario se encoge de hombros y permite que las
puertas se cierren.
— ¿Aprensivo para estar con otros en el
mismo espacio del elevador, señor Grey? —Pregunta Anastasia. Ruedo los ojos
como respuesta y presiono el botón de llamada para que venga el elevador
nuevamente. Una vez que llega a la planta baja y las puertas se abren, tomo a
Anastasia por la parte baja de su espalda y la conduzco al interior. Tanto
Sawyer como Melissa entran después de dar un vistazo alrededor para asegurarse
que no hay nada amenazante. Presiono el botón del ático y meto la llave.
Mientras el ascensor sube, Anastasia enlaza sus dedos con los míos. Cuando
finalmente llegamos al penthouse, se deslizan las puertas del elevador. Sawyer
mantiene la puerta abierta y Melissa rápidamente sale para revisar el
vestíbulo.
Anastasia rueda los ojos y trata de salir
del elevador, la detengo y la levanto a mis brazos. Está sorprendida y se
mantiene contra mí con sus brazos aferrados a mi cuello—. Debo llevar a mi
esposa a través de cada umbral.
— Señor Grey, eres un verdadero
romántico, —susurra.
— Solo para ti nena, —murmuro y deposito
un casto beso en sus labios. Taylor entra al vestíbulo y asiente
imperceptiblemente—. ¿Quisieras algo de tomar? —Pregunto. Los refrigeradores
deben estar surtidos.
— De hecho, estoy hambrienta. Tengo
antojo de cordero como el que pediste en el deli del distrito de Pike.
— ¿Taylor? —Lo llamo.
— El restaurante Agora tiene una cocina
similar, —dice.
— Entonces ordena pinchos de cordero,
aderezo de yogur, humus, hojas de parra rellenas, arroz, ensalada y pan para
dos.
— Sí señor, —responde Taylor y sale.
— Ven, te voy a mostrar nuestra recámara,
—le digo jalándola detrás de mí. El dormitorio está pintado en tonos blancos y
acentuado en color crema. Al ver las dos paredes de vidrio de piso a techo
enmarcadas con acero, abre los ojos ampliamente y contempla el horizonte de
Manhattan. Afuera consta de un balcón envolvente. Mira alrededor y sus ojos se
dirigen al techo ornamentado.
— Muy elegante, —dice suavemente.
— El apartamento fue construido en 1933.
Arquitectura pre-guerra. Fue remodelado de acuerdo a su antigua gloria, pero
con las facilidades modernas.
— Las paredes son muy altas… —murmura
ausentemente.
¿Qué le pasa? —. Sí, las paredes miden
tres metros y medio de altura—digo dando un paso hacia ella. Me detengo justo
frente a ella y la giro hacia mí—. ¿Qué pasa, Ana? —Mueve la cabeza de un lado
a otro—. ¡Ana! ¡Por favor! Estabas bien durante el vuelo, incluso durante el
camino hacia aquí. Y tan pronto como llegamos al apartamento, no te ves bien.
¿Qué. Pasa? ¿Antes de que piense lo peor? Por favor, ¡me voy a volver loco!
— Oh, Christian. ¡Me siento tan insignificante!
Todo esto, —dice señalando alrededor—, toda esta opulencia. ¡Y tú, este
magnífico hombre! Al enterarme que otros te han hecho daño, mujeres que de
hecho pertenecen a este tipo de vida… Me siento abrumada.
— Hay muchas razones por las que te amo,
Ana, pero una de ellas es esta… que no eres consciente de tu propia valía y que
no te importa lo que tengo y no me amas por mi riqueza que es la mayor razón
por la quiero poner el mundo a tus pies. Toda esa gente, mujeres, —y ocasionalmente
hombres, pero no hay necesidad de mencionárselo—, que salivan detrás de mí, lo
hacen por este paquete. Es por lo que tengo y por mi apariencia. ¿Qué saben de
mí? ¡Nada! Les gusta la persona, una buena follada, les gusta ser vistos con un
multimillonario y verse en las revistas de chismes. Pero tú… —digo suavemente
levantando su barbilla para encontrarme con su mirada, una sonrisa asoma en las
comisuras de mis labios—, eres como nadie. Eres mi razón de ser, de existir.
¡Eres el amor de mi vida! ¡Al minuto que entraste en mi vida, atenuaste cada
estrella, pues eres mi sol! No tengo ojos para nada a mi alrededor. Primero
hiciste girar mi vida al salir de su órbita ordenada y me jalaste hacia ti.
Deseo que nunca esté sin ti de nuevo. Ahora eres mi vida. Todo lo que ves aquí…
todo esto es tuyo. Te daría esto y mucho más, Ana.
Da un profundo suspiro—. Tú eres todo lo
que quiero.
— Lo sé, pero vengo con este paquete, —le
digo encogiéndome de hombros.
— Gracias por tu amor, Christian. Te amo
mucho, a veces, siento que voy a despertar de este sueño y tú te habrás ido.
— Esto no va a suceder, —sonrío—. Te lo
puedo probar ahora mismo sí así lo deseas.
— Bueno, puedes demostrar tu amor en la
ducha, señor Grey, —dice mordiendo su labio inferior.
— ¡Con gusto, señora Grey! —Le digo
mientras lentamente le quito el abrigo y la bufanda—. De hecho, —y levantándola
del suelo la cargo en mis brazos, y entro al baño principal. Abro la llave
caliente y me meto en la cascada con mi mujer en brazos.
—
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a perder el avión! —Grita Hanna a nadie
en particular mientras corre tan rápido como sus Manolo Blahnik se lo permiten
a través de la terminal del aeropuerto, por el piso recientemente encerado.
Está haciendo inventario mental mientras se apresura. En su bolsa Hèrmes lleva
sus artículos personales: el teléfono inteligente, boletos, cartera,
identificación, así como los manuscritos que Ana olvidó. Por supuesto que podía
leerlos en la computadora portátil pero sintió la necesidad de imprimirlos
porque necesitaba marcar y resaltarlos para Ana, y los necesitan para el
simposio. Es importante para ella que Ana la apruebe. Ella, después de todo
está casada con el jefe, del jefe de su jefe. Una oportunidad como esa solo se
presenta una vez en la vida.
Hanna
se recuerda volver sobre los manuscritos en el avión y resumirlos para Ana.
¡Hey, momento! ¿Recordó empacar el USB? ¡Sería una jodida monumental metida de
pata si hubiera olvidado eso! Esa fue la razón por la cual ahora está volando
en un vuelo comercial en lugar de hacerlo en el jet de Grey Enterprises, Inc.,
con el baja-calzones de su guapísimo marido. Tiene su equipaje
personal en una maleta de ruedas, la bolsa de la computadora portátil con el
cargador, ratón y la unidad de disco y por supuesto su abrigo colgado de su
brazo entre los muchos artículos que carga con ella. Pero tiene dudas por
haberse puesto una falda lápiz y blusa de seda. Muy al estilo negocios, pero no
apropiado cuando va a toda prisa para cruzar todo el país. Justo cuando está
cerca del mostrador de la aerolínea, choca con otro pasajero que tiene tanta
prisa como ella.
—
¡Mierda! ¡Joder! ¡Lo siento! ¡Voy a perder mi vuelo! —Se queja y cae al suelo
sobre sus rodillas para recoger sus pertenencias desparramadas.
—
Le ayudaré, —dice la voz del desconocido.
Esto
es lo menos que puedes hacer por chocar conmigo, piensa, pero lo que
exterioriza es—: ¡Ya lo tengo.
—
No, no es así, —dice la ronca voz—. Si va a tomar ese avión en tan poco tiempo,
tengo que ayudarla. Déjeme enmendar mi descuido. ¿Ya se registró?
—
¡Me registré en línea! —Responde, pero consiguiendo una buena vista de él, sus ojos
se ensanchan y se suavizan—. Haga lo que quiera.
— Pero
no le van a permitir llevar todos estos artículos en el avión, —dice recogiendo
un pintalabios que descuidadamente rodó por el suelo y lo arroja a su bolsa
Hèrmes. Luego él rápidamente recoge algunos otros artículos que todavía están
esparcidos alrededor en el suelo.
—
¡Oh Dios! ¡Oh Dios! ¡Creo que mi celular se ha roto! —Se lamenta Hanna, ahora
totalmente ansiosa.
—
Esta bien, creo que solo la cubierta se deshizo.
—
¡Oh no! ¡La batería no está!
—
Está allí, —dice apuntando a pocos pasos a la derecha de ella, y trata de
alcanzarla, solo un poco más aliviada. ¡Sería lo peor, la más grande jodida si
hubiera dañado su teléfono! Rápidamente pone el pequeño chip bajo la tarjeta
SIM, mientras recupera la batería. Extiende la mano y él le entrega el teléfono
inteligente, la cubierta trasera, así como el estuche de plástico. Sus manos
tiemblan.
—
Por favor, permítame, —dice y se lo quita. Coloca rápidamente la batería en la
parte posterior del teléfono, asegura la cubierta y pone el estuche en su
lugar. Finalmente presiona el botón de encendido. La pantalla parpadea. Exhala
un imperceptible suspiro de alivio y se lo entrega a ella—. ¡Como nuevo!
—
¡Gracias! ¡Será mejor que me dé prisa! —Dice a medias, tira de su bolsa Hèrmes,
el estuche de la computadora portátil y jala su equipaje de mano.
—
¿Su abrigo? —Dice sonriendo bajo su gorra de los Seahawks de Seattle,
extendiéndole su elegante abrigo.
—
¡Oh, sí! ¡Gracias! ¡Pensándole bien, es mejor que me registren esto! —Dice
sonriendo y se dirige rápidamente al registro de equipaje.
La
auxiliar está a punto de cerrar la puerta—. ¡Espere! ¡Espere! ¡Debo tomar ese
vuelo!— Grita desesperadamente.
—
Usted es la última persona en abordar, señora. Estábamos a punto de cerrar las
puertas.
Hanna
entrega su pase de abordar y la auxiliar de vuelo le desea feliz viaje y la
envía a su lugar. Con la máxima velocidad Hanna se apresura a la puerta y entra
al avión. Hoy está volando en clase de negocios. Localiza su asiento
inmediatamente, pone su abrigo en su asiento. Luego pone la bolsa de la
computadora portátil en el compartimiento superior. La bajará una vez que haya
marcado todo en los manuscritos. Entonces exhala un merecido suspiro de alivio.
Después
de quitar su abrigo del asiento, se siente y abrocha el cinturón de seguridad
envolviendo sus piernas con el abrigo. Luego da un vistazo alrededor y a sus
compañeros de viaje. Sus ojos se amplían
cuando ve al joven que la ayudó en el asiento al otro lado del pasillo—.
¡Usted! —dice.
—
Bueno, me han llamado de peores maneras que esa, pero prefiero que me llamen
John.
—
Lo siento, me disculpo, —moviendo la cabeza—. Soy Hanna. Eres un salvavidas. No
tuve oportunidad de darte las gracias apropiadamente sino solo tartamudeé.
Usualmente no soy torpe o grosera.
—
Entonces este debe ser un día libre.
—
Puede decirse que sí. Tenía muchas cosas que hacer y poco tiempo para hacerlas.
—
Me alegro que lo hayas logrado a tiempo. Hubiera sido desafortunado privarme de
tu hermosa compañía durante este vuelo. —Hanna se ruboriza por el inesperado cumplido.
Mira a John y se da cuenta que es un hombre fuerte y guapo, de ojos verdes, con
cabello ligeramente largo. Sin embargo, hay algo duro en él, quizá como los
músculos que se esconden bajo su playera.
Después
de la habitual conversación de cómo abrochar y desabrochar el cinturón de
seguridad o de cómo salvarte y salvar a tu compañero de viaje en el improbable
caso de un accidente aéreo… bla… bla… bla… Hanna ya no escucha. Quiere observar
al hombre sentado en el siguiente pasillo sin parecer una idiota come hombres,
por supuesto.
El
avión se desplaza y despega. Finalmente, Hanna saca uno de los manuscritos y
empieza a marcar y hacer anotaciones en algunas de sus partes. Tan pronto como
la auxiliar de vuelo da luz verde, el pasajero que se hace llamar John, abre su
iPad. Busca entonces el icono que se ve como un tablero de ajedrez y localiza
el dispositivo que está buscando. Pulsa doble vez y lo activa. La CIA (Central Intelligence
Agency, por sus siglas en inglés) no le podría pagar suficiente por las
habilidades que posee. Va a hacer mucho jodido dinero una vez que termine el
trabajo. El caballo ha sido enviado. Ahora al siguiente paso. Cierra el icono,
y abre su aplicación de Kindle. Ahora puede darse el lujo de relajarse un poco
mientras una imperceptible sonrisa aparece en la comisura de su labio. No ha
estado en Nueva York desde que aceptó este contrato. Extraña su frenética
energía. ¿Qué dice George Carlin acerca de Nueva York?—. Desde luego, en Los
Ángeles, todo está basado en el
manejo (vehículos), aún los asesinatos. En Nueva York, la mayoría de la gente
no tiene coche, así que, si quieres matar a alguien, debes tomar el metro hasta
su casa. Y a veces en el camino, el tren se retrasa y te impacientas, así que
tienes que matar a alguien en el metro. Esa es la razón por la que hay tantos
crímenes en el metro; nadie tiene coche.
Pensé
que esos eran asesinos idiotas. Hay arte aun para matar. Aun así, a pesar que
encontraba desagradable aprender sobre su presa, su cliente actual parecía desahogarse
y sentía cierto placer sádico en conocer a sus víctimas. No le importaba lo que
sea que cruzara por su mente mientras le pagara a tiempo y con regularidad. El
bastardo enfermo sentía gran satisfacción estudiando y acosando a su presa…
desde luego a través de él. Al cliente le gustaba conocer sus hábitos, su
hábitat natural, para alimentar su desprecio por ellos y tener mayores razones
para hacer su crimen personal y ver su vida apagarse. A John, sin embargo, no
le gustaba ese tipo de mierda personal. No le importaba saber quiénes eran sus
víctimas, que les gusta, donde comen, o incluso sus nombres. Solo una imagen.
Entonces solo era negocio, impersonal, solo una muesca en tu muy logrado
cinturón. Pero, ha visto una mierda enferma, también ha hecho esa clase de
sádica basura en sus días de mercenario. No le importa de una u otra manera. Después
de todo, no es personal para él. Solo negocios. Sooolo negocios, y se
recuesta en el asiento para leer a su autor favorito: Stephen King. Cuando la
auxiliar de vuelo se acerca para tomar su orden para beber, él responde—, Grey
Goose. Doble, —y sin voltearla a ver, vuelve a su historia “Survivor type”.
Después de todo, le quedan varias horas.
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