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Thursday, August 1, 2019

Libro IV - Capítulo XXII: CINCUENTA SOMBRAS DE GREY - CHRISTIAN Y ANASTASIA


CAPÍTULO XXII
Nueva York

No puedo, en conciencia, discutir sobre Nueva York con nadie. Es como Calcuta. Pero amo la ciudad de una manera emocional e irracional, como amar a tu madre o a tu padre, aunque sean borrachos o ladrones. He amado la ciudad toda mi vida, para mí es como una gran mujer. 
Woody Allen

— ¡Ana! —La reprendo—. Vamos a despegar en diez minutos. Debes apagar tu BlackBerry.
— ¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero Hanna tiene que traerme algunos manuscritos importantes que olvidé empacar. No los tengo en el disco compartido así que no puede acceder a ellos desde afuera, no con toda la revisión extra que han hecho los muchachos de IT. Y los necesitamos para presentar a algunos de nuestros actuales y futuros escritores. Así qué, tomará un vuelo más tarde esta noche o mañana temprano.
— ¿Llegará a tiempo? ¿Quieres que vaya contigo al simposio? Mi oferta aún está en pie, —le digo a Anastasia. Si su asistente no está aquí, quiero a alguien muy próximo a ella.
Anastasia rueda los ojos—. ¡No, Christian! Cuando mucho, llegará mañana en la tarde. Aunque así no fuera, lo cual es poco probable, puedo arreglármelas. Además, puedo demostrar a los demás que puedo hacerlo bien sola. —Luego baja la voz—. Te lo dije, eres una distracción para otros y quiero que pongan atención a lo que tengo que decir en lugar de que se coman con los ojos a mi marido. —Le hago un puchero a su comentario sabiendo el efecto.

— Creo que Melissa puede desempeñar el papel de mi asistente por un día si Hanna no llega a tiempo para el simposio.
— De acuerdo. Puedo vivir con eso, a pesar que no es lo que quiero. Ya que me comprometí, creo que me debes mucho, señora Grey.
— ¿Deberte mucho? —Pregunta abriendo grandes ojos.
— Sí. Carta blanca bastante amplia.
— Carta blanca, —dice tratando de medir la expresión, quedándose repentinamente sin respiración. Alcanzo y tomo la BlackBerry de su mano y la apago sin mirarla y la dejo caer en su bolsa—. Sí, la última vez que estuve allí, fui solo a una reunión de negocios. Me distraje por tu desobediencia y fui acosado por los más indeseables avances de buitres, tanto masculinos como femeninos.
Levanta la cabeza de golpe—. ¡Nunca dijiste nada de eso! —Dice con voz acusatoria.
— Estaba preocupado pensando en mi esposa. Nada que reportar, pero ya que voy a asistir a una reunión similar, estoy bastante seguro que los invitados de negocios serán parte de la misma multitud. Pero esta vez… —Digo haciendo pausa, quiero a mi mujer colgada de mi brazo mostrando su presencia con su espectacular cuerpo y su picardía y mostrando su posesión sobre mí, y la mía sobre ella—. …Esta vez te quiero conmigo y no quiero que nadie tenga una sola duda de a quien pertenezco y quien me… pertenece…
Una alta voz femenina interrumpe nuestra conversación. La asistente de vuelo está dando las instrucciones de seguridad de vuelo. Esta vez presto mucha atención porque tengo los dos cargamentos más preciados conmigo: mi esposa y nuestro bebé en su vientre. Sin embargo, en ese momento, la reacción de Anastasia a lo que acabo de decirle no se me escapa. Primero parpadea y luego sus labios se entreabren para decir algo. ¡Oh mierda! Esto puede devenir en dos direcciones. ¿Está enojada? Voltea la cabeza hacia la asistente de vuelo con las cejas fruncidas. Una vez que terminan las instrucciones de seguridad obligatorias, fijo la mirada en Anastasia. Hace una profunda inspiración y prepara su ingenio para pronunciar su discurso más intimidante.

digo sonriéndole 

Luego abre la boca para decir lo que se ha estado gestando en su mente los últimos minutos, pero es interrumpida por la voz de Stephen por los altoparlantes advirtiéndonos que nos abrochemos el cinturón de seguridad ya que estamos en línea para el despegue. La palabra ‘despegue’ dispara el temor en Anastasia. Sus manos se aferran automáticamente a su asiento, y sus nudillos se ponen blancos. Puedo ver la ansiedad aumentando en ella. Inmediatamente extiendo las manos y tomo las suyas, y corro círculos reconfortantes en el dorso y palma de sus manos. Nuestra auxiliar de vuelo castaña se acerca y rápidamente recoge los vasos y platos vacíos de los asientos. Oigo clics colectivos desde los asientos traseros al abrocharse los cinturones de seguridad de Taylor, Sawyer, Melissa y Reynolds. El jet de mi compañía comienza a rodar en la pista, primero despacio y luego se para completamente poniéndose en posición con los otros aviones para el despegue. Luego oigo un clic final de un cinturón en la parte trasera del jet. Probablemente es el de la auxiliar de vuelo. La voz de Stephen se vuelve a oír—. Son las 11:06, hora local. Somos el tercer avión en línea para despegar. Por favor observen la señal de cinturón hasta que se apague. Vamos a llegar al aeropuerto John F. Kennedy de la ciudad de Nueva York, a las 20:38, hora estándar del este. El tiempo total de vuelo estimado es de seis horas treinta y dos minutos. Como siempre, es un placer servirlos. ¡Por favor, permanezcan sentados y disfruten el vuelo!
Anastasia continúa respirando rápidamente—. Relájate, nena. Estoy aquí. Enfócate en mí… —Anastasia parpadea unas cuantas veces más—. Anastasia, mírame, —digo suavemente. Lo último que quiero es que mi esposa comience trabajo de parto por su temor a los despegues. Cuando voltea a verme, le doy mi sonrisa más deslumbrante para mantenerla enfocada en mí en lugar de a sus miedos. La mejor técnica para Anastasia es la de distracción—. ¿Por qué estabas enojado hace un minuto? —Pregunto.
— ¡Oh! —dice, frunciendo primero el entrecejo—. Es que no traje ningún vestido de fiesta, —dice con voz contemplativa—. Tienes que llevarme de compras, ¡así podré verme mucho mejor cuando les patee el trasero a aquellas que quieran un pedazo de mi marido!
— Señora Grey, ¿estás celosa? —Le pregunto oscureciendo la mirada.
— ¡Un poco! Eres mío tanto como soy tuya, Christian. ¡No puedo creer que no me hayas dicho nada al respecto! —Dice distraídamente.
— No hay nada que decir excepto que sentí profundamente tu ausencia. Fue uno de los peores días de mi vida y había muchas otras emergencias con las que lidiar que no había recordado hasta hoy. Pero todavía no quiero hablar de ese día.  Es… desagradable, —murmuro recordando la intrusión de Hyde a nuestro apartamento.
— Muy bien, señor Grey. Creo que no te perderé de vista cuando vayamos a tu reunión de negocios. ¿Es una reunión? —Pregunta como una ocurrencia tardía.
— Es estarse codeando con otros muy ricos de Estados Unidos continental, Canadá, Sudamérica, Europa y el sudeste asiático. Conocer y saludar, hacer conexiones, hacer tratos comerciales mientras se socializa. De hecho, normalmente es muy aburrido, pero ya que tú irás, mi noche se está vislumbrando mucho mejor, —digo sonriendo mientras el jet acelera en la pista y el agarre de Anastasia sobre mí se hace más fuerte. Al segundo que las ruedas del jet dejan la pista y la nariz del avión está en un ángulo pronunciado subiendo, los ojos de Anastasia se ensanchan—. Respira, nena, respira. Es solo el despegue. Pronto estaremos en la altitud de crucero, —digo buscando algo para distraerla—. ¿Qué tanto te gustó la cuna que escogimos? ¿Aceptaste solo por complacerme o realmente te gustó?
Piensa por un momento. Oh, oh. Eso no puede ser bueno—. Me gustó, —dice asintiendo.
— ¿Eso es todo? —Sondeo.
— Sí. No creo que él apreciaría una recámara femenina, y también estoy tan preocupada como tú por su bienestar. Ya que vamos a ser padres primerizos y que ninguno de los sabe nada sobre paternidad, me gustaría que cualquier cosa que nos ayudara, será bienvenida. Vamos a contratar una niñera; ya hemos discutido eso, pero quiero que estemos disponibles como sus padres. Creo que fue extremadamente dulce que hayas investigado antes para saber que era exactamente lo que querías, señor Grey, —dice.
— ¿Qué? ¿Cómo? —Pregunto sorprendido.
— Oh, creo que le estoy tomando la medida a mi hombre Grey y debo decir, que me encanta esta preocupación, esa parte paternal protectora en ti. Me hace sentirme muy orgullosa saber que vas a ser un padre excelente. —Está sonriendo y completamente segura de sí misma.
— ¡Dios! ¡Te amo, señora Grey! Eres el centro de todo mi universo. Todo está bien contigo y de alguna manera es alentador. —Le digo besando su mano.
En ese momento las luces del techo suenan y Stephen apaga el letrero de cinturones—. Les habla su capitán. Ahora pueden desplazarse por la cabina.
— Ves, fácil, —digo sonriéndole.


A una hora de vuelo, Anastasia se duerme. Sus dos siestas son puntualmente tomadas en su agenda. El crecimiento del bebé le está quitando mucha energía. Así que la cargo a la cabina dormitorio.
— ¿Te acostarás y me abrazarás, Christian? —Pregunta bostezando. Tengo que revisar documentos comerciales, pero mi esposa es más importe que eso.
— Si me acuesto contigo, no sé si podré mantener mis manos lejos de ti el tiempo suficiente para permitirte dormir, —le digo con sinceridad.
— Prefiero tenerte conmigo, aunque no puedas mantener tus manos alejadas de mí, señor Grey, —dice y bosteza nuevamente.
— ¡Argh! ¡A la mierda! —Digo y me quito los zapatos y los calcetines. Me quito la chaqueta y la coloco sobre una silla. Finalmente jalo el edredón y tapo a mi esposa con él y me acuesto a su lado. Atenúo la luz de las lámparas y la jalo a mis brazos. La última vez que estuve en el avión fue cuando volaba de regreso de Nueva York, furioso, completamente solo, solo intentando encontrar a Anastasia en Seattle. Aquí está, en mis brazos. La abrazo con más fuerza.
— También te amo, Christian, buenas noches, —dice con una sonrisa y la voz somnolienta.
Beso su cabello—. Duerme bien, nena, —susurro—. Te amo más.

Nuestro conductor nos encuentra en el área de reclamo de equipaje con un letrero en la mano que dice “SEÑOR TAYLOR”. Taylor levanta sus dedos índice y medio como el saludo de los boy scouts y llama la atención del conductor. Está vestido con su traje de conductor y sombrero de chofer—. Bienvenidos a Nueva York, señor Taylor, señores, señora, señora, —saluda individual y colectivamente—. Estoy parqueado en el estacionamiento.
— ¿Cómo está el tiempo? —Pregunto.
— Estamos a -3ºC a esta hora. No estaba seguro de que su vuelo llegara a tiempo dadas las condiciones climáticas de nuestra ciudad. Hemos tenido nieve moderada, esperamos nevadas fuertes en aproximadamente una semana. Está muy frío afuera. Es mejor que todos se pongan abrigo. —Dice. Cuando dejamos la calidez del aeropuerto para ir al estacionamiento cubierto, la avalancha de ráfagas frías viene de todos lados como para ‘congélate-el-culo’; el viento silba. Envuelvo a Anastasia más apretada en su abrigo. Envuelve su bufanda para cubrir su cara enrojecida. Nuestras respiraciones salen en volutas de vapor. El conductor rápidamente localiza la limusina y abre las portezuelas.
— ¡Brrr! ¡Hace mucho frío! ¡Nunca había estado en ningún lugar con una temperatura tan baja como esta!
— Así es Nueva York en enero, señora —dice el conductor de la limusina en donde su carnet de identificación dice: “Barney J. Harrigan”, mientras abre la portezuela. Su cabello es grisáceo aparentando que debe estar en sus últimos años cincuenta—. Perdone la expresión, señora, pero cuando lleguemos a la ciudad verá a la gente que se escabulle como ratas entre la muchedumbre y con prisa en este clima frío. Porque todos quieren dejar la calle fría y encontrar alguna esquina cálida para calentarse. —Ayudo a mi esposa a entrar mientras el conductor ayuda a Reynolds, Sawyer, Taylor y Melissa a subir el equipaje. Todos entran al vehículo y el conductor se mueve. La limusina está fría, pero Barney enciende la calefacción y empieza a salir el calor.
Manhattan - Rod Stewart
Alrededor de las 21:00, la ciudad se ve brumosa, oscura y dura. A medida que la limusina acelera a través de ella, Taylor está revisando la logística con el grupo de seguridad. Ana mira con curiosidad por la ventanilla observando el peligro que representa la ciudad de Nueva York. El tráfico avanza con dificultad y Anastasia parece hipnotizada por el vapor que sale de las alcantarillas. Cuando paramos en un semáforo, el suelo retumba haciendo que Ana se sobresalte.
— Es el metro, —le recuerdo. Asiente y abre la boca.
— ¡Hay luces por todas partes y son muy brillantes! ¡Guau! ¡Creo que los habitantes de esta ciudad no deben haber visto las estrellas o la luna en años con toda esta contaminación luminosa! —Dice tratando de girar la cabeza para dar un vistazo al cielo. Sus ojos están brillantes con la emoción de un borracho que a todos les pasa cuando ven la ciudad de Nueva York por primera vez. La mirada lo dice todo: mucha admiración y algo de intimidación, pero más que nada expectativas. Mientras atravesamos la ciudad rumbo a nuestro apartamento, Anastasia observa a la gente. Algunos solo miran al frente continuando su camino con rapidez, ajenos y desinteresados en los acontecimientos a su alrededor. Solo algunos pocos levantan la mirada ocasionalmente—. Mmm… —comenta Anastasia—. Si mis observaciones en Seattle son correctas, aquellos que se apresuran e ignoran la belleza alrededor es que son neoyorquinos. Y aquellos que miran con frecuencia hacia arriba como si a la ciudad le fuera salir otro rascacielos del piso, son visitantes.
— Tienes razón. Ningún natural de Nueva York se pararía en la mitad de la calle para mirar hacia arriba.
— Nunca te lo he preguntado, Christian, ¿dónde está tu apartamento? —Anastasia pregunta con los ojos encendidos.
Nuestro apartamento —enfatizo—, está en el Upper East Side en Manhattan.

 
 

Anastasia se ve cansada, pero intenta luchar contra el cansancio por la emoción de estar en la ciudad de Nueva York. El conductor de la limusina se desvía a una calle de un solo sentido, y da vuelta en la calle donde se encuentra nuestro apartamento. Cuando la limusina está frente al edificio de apartamentos, baja la velocidad con cuidado y frena completamente. Un portero se apresura a abrir mi portezuela. Taylor se desplaza al otro lado y nuestro equipo de seguridad se desplaza rápidamente tomando diferentes posiciones para escanear el área y luego procede a bajar el equipaje.
Ayudo a Anastasia a bajar del vehículo—. Con cuidado, nena, puede haber hielo en el piso y traes tacones, —me digo mentalmente pateándome. Debí haberla hecho usar tenis o algo así. Este tipo de clima no es para lucir tacones.
Cuando el portero me ve, sonríe—. ¡Señor Grey! Que gusto verlo de nuevo en Nueva York, señor. Bienvenida señora.
— Gracias Donald. Esta es mi esposa, la señora Grey.
— Mucho gusto en conocerla, señora. Vamos a entrar a la calidez del edificio. El clima ha estado desagradablemente frío, pero a pesar de eso no hemos tenido mucha nieve, —dice mientras abre la puerta del edificio. Le pongo algún dinero a Donald en la palma de la mano mientras que el soplo de aire cálido nos da la bienvenida. Presiono el botón de llamada del elevador.
Taylor se pone a mi lado, y discretamente se aclara la garganta. Levanto las cejas y lo miro—. Subiré por el elevador de servicio con Reynolds para dar una barrida, señor. Le agradecería que esperara a llegar al penthouse unos tres minutos. Déjeme asegurar su alojamiento, —dice.
Le hace un imperceptible asentimiento de lado y mira a Reynolds y rápidamente se van con pasos rápidos.
— ¿Qué fue eso? —Pregunta Anastasia.
— Nada de qué preocuparse, nena, —digo—. ¿Estás cansada? ¿O lo suficientemente bien para ir a cenar?
— Me encantaría salir, pero me siento agobiada.
— Bien, entonces ordenaremos para que nos traigan la comida. Hay algunos buenos restaurantes con excelente cocina en el vecindario. —El ding del elevador suena abriendo las puertas. Tres jóvenes charlando alegremente salen del elevador y se dirigen a la puerta después de apretar fuertemente sus abrigos y bufandas—. Esperaremos el siguiente, —digo, ya que una nueva llegada de residentes se acerca para subir y sostienen la puerta para que entremos. Un empresario se encoge de hombros y permite que las puertas se cierren.
— ¿Aprensivo para estar con otros en el mismo espacio del elevador, señor Grey? —Pregunta Anastasia. Ruedo los ojos como respuesta y presiono el botón de llamada para que venga el elevador nuevamente. Una vez que llega a la planta baja y las puertas se abren, tomo a Anastasia por la parte baja de su espalda y la conduzco al interior. Tanto Sawyer como Melissa entran después de dar un vistazo alrededor para asegurarse que no hay nada amenazante. Presiono el botón del ático y meto la llave. Mientras el ascensor sube, Anastasia enlaza sus dedos con los míos. Cuando finalmente llegamos al penthouse, se deslizan las puertas del elevador. Sawyer mantiene la puerta abierta y Melissa rápidamente sale para revisar el vestíbulo.
Anastasia rueda los ojos y trata de salir del elevador, la detengo y la levanto a mis brazos. Está sorprendida y se mantiene contra mí con sus brazos aferrados a mi cuello—. Debo llevar a mi esposa a través de cada umbral.

— Señor Grey, eres un verdadero romántico, —susurra.
— Solo para ti nena, —murmuro y deposito un casto beso en sus labios. Taylor entra al vestíbulo y asiente imperceptiblemente—. ¿Quisieras algo de tomar? —Pregunto. Los refrigeradores deben estar surtidos.
— De hecho, estoy hambrienta. Tengo antojo de cordero como el que pediste en el deli del distrito de Pike.
— ¿Taylor? —Lo llamo.
— El restaurante Agora tiene una cocina similar, —dice.
— Entonces ordena pinchos de cordero, aderezo de yogur, humus, hojas de parra rellenas, arroz, ensalada y pan para dos.
— Sí señor, —responde Taylor y sale.
— Ven, te voy a mostrar nuestra recámara, —le digo jalándola detrás de mí. El dormitorio está pintado en tonos blancos y acentuado en color crema. Al ver las dos paredes de vidrio de piso a techo enmarcadas con acero, abre los ojos ampliamente y contempla el horizonte de Manhattan. Afuera consta de un balcón envolvente. Mira alrededor y sus ojos se dirigen al techo ornamentado.
— Muy elegante, —dice suavemente.
— El apartamento fue construido en 1933. Arquitectura pre-guerra. Fue remodelado de acuerdo a su antigua gloria, pero con las facilidades modernas.
— Las paredes son muy altas… —murmura ausentemente.
¿Qué le pasa? —. Sí, las paredes miden tres metros y medio de altura—digo dando un paso hacia ella. Me detengo justo frente a ella y la giro hacia mí—. ¿Qué pasa, Ana? —Mueve la cabeza de un lado a otro—. ¡Ana! ¡Por favor! Estabas bien durante el vuelo, incluso durante el camino hacia aquí. Y tan pronto como llegamos al apartamento, no te ves bien. ¿Qué. Pasa? ¿Antes de que piense lo peor? Por favor, ¡me voy a volver loco!
— Oh, Christian. ¡Me siento tan insignificante! Todo esto, —dice señalando alrededor—, toda esta opulencia. ¡Y tú, este magnífico hombre! Al enterarme que otros te han hecho daño, mujeres que de hecho pertenecen a este tipo de vida… Me siento abrumada.
Breathe - Anna Nalick
— Hay muchas razones por las que te amo, Ana, pero una de ellas es esta… que no eres consciente de tu propia valía y que no te importa lo que tengo y no me amas por mi riqueza que es la mayor razón por la quiero poner el mundo a tus pies. Toda esa gente, mujeres, —y ocasionalmente hombres, pero no hay necesidad de mencionárselo—, que salivan detrás de mí, lo hacen por este paquete. Es por lo que tengo y por mi apariencia. ¿Qué saben de mí? ¡Nada! Les gusta la persona, una buena follada, les gusta ser vistos con un multimillonario y verse en las revistas de chismes. Pero tú… —digo suavemente levantando su barbilla para encontrarme con su mirada, una sonrisa asoma en las comisuras de mis labios—, eres como nadie. Eres mi razón de ser, de existir. ¡Eres el amor de mi vida! ¡Al minuto que entraste en mi vida, atenuaste cada estrella, pues eres mi sol! No tengo ojos para nada a mi alrededor. Primero hiciste girar mi vida al salir de su órbita ordenada y me jalaste hacia ti. Deseo que nunca esté sin ti de nuevo. Ahora eres mi vida. Todo lo que ves aquí… todo esto es tuyo. Te daría esto y mucho más, Ana.
Da un profundo suspiro—. Tú eres todo lo que quiero.
All I want is you - U2
— Lo sé, pero vengo con este paquete, —le digo encogiéndome de hombros.
— Gracias por tu amor, Christian. Te amo mucho, a veces, siento que voy a despertar de este sueño y tú te habrás ido.
— Esto no va a suceder, —sonrío—. Te lo puedo probar ahora mismo sí así lo deseas.
— Bueno, puedes demostrar tu amor en la ducha, señor Grey, —dice mordiendo su labio inferior.
— ¡Con gusto, señora Grey! —Le digo mientras lentamente le quito el abrigo y la bufanda—. De hecho, —y levantándola del suelo la cargo en mis brazos, y entro al baño principal. Abro la llave caliente y me meto en la cascada con mi mujer en brazos.

Hannah
— ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a perder el avión! —Grita Hanna a nadie en particular mientras corre tan rápido como sus Manolo Blahnik se lo permiten a través de la terminal del aeropuerto, por el piso recientemente encerado. Está haciendo inventario mental mientras se apresura. En su bolsa Hèrmes lleva sus artículos personales: el teléfono inteligente, boletos, cartera, identificación, así como los manuscritos que Ana olvidó. Por supuesto que podía leerlos en la computadora portátil pero sintió la necesidad de imprimirlos porque necesitaba marcar y resaltarlos para Ana, y los necesitan para el simposio. Es importante para ella que Ana la apruebe. Ella, después de todo está casada con el jefe, del jefe de su jefe. Una oportunidad como esa solo se presenta una vez en la vida.
Hanna se recuerda volver sobre los manuscritos en el avión y resumirlos para Ana. ¡Hey, momento! ¿Recordó empacar el USB? ¡Sería una jodida monumental metida de pata si hubiera olvidado eso! Esa fue la razón por la cual ahora está volando en un vuelo comercial en lugar de hacerlo en el jet de Grey Enterprises, Inc., con el baja-calzones de su guapísimo marido. Tiene su equipaje personal en una maleta de ruedas, la bolsa de la computadora portátil con el cargador, ratón y la unidad de disco y por supuesto su abrigo colgado de su brazo entre los muchos artículos que carga con ella. Pero tiene dudas por haberse puesto una falda lápiz y blusa de seda. Muy al estilo negocios, pero no apropiado cuando va a toda prisa para cruzar todo el país. Justo cuando está cerca del mostrador de la aerolínea, choca con otro pasajero que tiene tanta prisa como ella.
— ¡Mierda! ¡Joder! ¡Lo siento! ¡Voy a perder mi vuelo! —Se queja y cae al suelo sobre sus rodillas para recoger sus pertenencias desparramadas.
— Le ayudaré, —dice la voz del desconocido.
Esto es lo menos que puedes hacer por chocar conmigo, piensa, pero lo que exterioriza es—: ¡Ya lo tengo.
— No, no es así, —dice la ronca voz—. Si va a tomar ese avión en tan poco tiempo, tengo que ayudarla. Déjeme enmendar mi descuido. ¿Ya se registró?
— ¡Me registré en línea! —Responde, pero consiguiendo una buena vista de él, sus ojos se ensanchan y se suavizan—. Haga lo que quiera.
Pero no le van a permitir llevar todos estos artículos en el avión, —dice recogiendo un pintalabios que descuidadamente rodó por el suelo y lo arroja a su bolsa Hèrmes. Luego él rápidamente recoge algunos otros artículos que todavía están esparcidos alrededor en el suelo.
— ¡Oh Dios! ¡Oh Dios! ¡Creo que mi celular se ha roto! —Se lamenta Hanna, ahora totalmente ansiosa.
— Esta bien, creo que solo la cubierta se deshizo.
— ¡Oh no! ¡La batería no está!
— Está allí, —dice apuntando a pocos pasos a la derecha de ella, y trata de alcanzarla, solo un poco más aliviada. ¡Sería lo peor, la más grande jodida si hubiera dañado su teléfono! Rápidamente pone el pequeño chip bajo la tarjeta SIM, mientras recupera la batería. Extiende la mano y él le entrega el teléfono inteligente, la cubierta trasera, así como el estuche de plástico. Sus manos tiemblan.
— Por favor, permítame, —dice y se lo quita. Coloca rápidamente la batería en la parte posterior del teléfono, asegura la cubierta y pone el estuche en su lugar. Finalmente presiona el botón de encendido. La pantalla parpadea. Exhala un imperceptible suspiro de alivio y se lo entrega a ella—. ¡Como nuevo!
— ¡Gracias! ¡Será mejor que me dé prisa! —Dice a medias, tira de su bolsa Hèrmes, el estuche de la computadora portátil y jala su equipaje de mano.
— ¿Su abrigo? —Dice sonriendo bajo su gorra de los Seahawks de Seattle, extendiéndole su elegante abrigo.
— ¡Oh, sí! ¡Gracias! ¡Pensándole bien, es mejor que me registren esto! —Dice sonriendo y se dirige rápidamente al registro de equipaje.
La auxiliar está a punto de cerrar la puerta—. ¡Espere! ¡Espere! ¡Debo tomar ese vuelo!— Grita desesperadamente.
— Usted es la última persona en abordar, señora. Estábamos a punto de cerrar las puertas.
Hanna entrega su pase de abordar y la auxiliar de vuelo le desea feliz viaje y la envía a su lugar. Con la máxima velocidad Hanna se apresura a la puerta y entra al avión. Hoy está volando en clase de negocios. Localiza su asiento inmediatamente, pone su abrigo en su asiento. Luego pone la bolsa de la computadora portátil en el compartimiento superior. La bajará una vez que haya marcado todo en los manuscritos. Entonces exhala un merecido suspiro de alivio.
Después de quitar su abrigo del asiento, se siente y abrocha el cinturón de seguridad envolviendo sus piernas con el abrigo. Luego da un vistazo alrededor y a sus compañeros de viaje.  Sus ojos se amplían cuando ve al joven que la ayudó en el asiento al otro lado del pasillo—. ¡Usted! —dice.
— Bueno, me han llamado de peores maneras que esa, pero prefiero que me llamen John.
— Lo siento, me disculpo, —moviendo la cabeza—. Soy Hanna. Eres un salvavidas. No tuve oportunidad de darte las gracias apropiadamente sino solo tartamudeé. Usualmente no soy torpe o grosera.
— Entonces este debe ser un día libre.
— Puede decirse que sí. Tenía muchas cosas que hacer y poco tiempo para hacerlas.
— Me alegro que lo hayas logrado a tiempo. Hubiera sido desafortunado privarme de tu hermosa compañía durante este vuelo. —Hanna se ruboriza por el inesperado cumplido. Mira a John y se da cuenta que es un hombre fuerte y guapo, de ojos verdes, con cabello ligeramente largo. Sin embargo, hay algo duro en él, quizá como los músculos que se esconden bajo su playera.
Después de la habitual conversación de cómo abrochar y desabrochar el cinturón de seguridad o de cómo salvarte y salvar a tu compañero de viaje en el improbable caso de un accidente aéreo… bla… bla… bla… Hanna ya no escucha. Quiere observar al hombre sentado en el siguiente pasillo sin parecer una idiota come hombres, por supuesto.
El avión se desplaza y despega. Finalmente, Hanna saca uno de los manuscritos y empieza a marcar y hacer anotaciones en algunas de sus partes. Tan pronto como la auxiliar de vuelo da luz verde, el pasajero que se hace llamar John, abre su iPad. Busca entonces el icono que se ve como un tablero de ajedrez y localiza el dispositivo que está buscando. Pulsa doble vez y lo activa. La CIA (Central Intelligence Agency, por sus siglas en inglés) no le podría pagar suficiente por las habilidades que posee. Va a hacer mucho jodido dinero una vez que termine el trabajo. El caballo ha sido enviado. Ahora al siguiente paso. Cierra el icono, y abre su aplicación de Kindle. Ahora puede darse el lujo de relajarse un poco mientras una imperceptible sonrisa aparece en la comisura de su labio. No ha estado en Nueva York desde que aceptó este contrato. Extraña su frenética energía. ¿Qué dice George Carlin acerca de Nueva York?—. Desde luego, en Los Ángeles, todo está basado en el manejo (vehículos), aún los asesinatos. En Nueva York, la mayoría de la gente no tiene coche, así que, si quieres matar a alguien, debes tomar el metro hasta su casa. Y a veces en el camino, el tren se retrasa y te impacientas, así que tienes que matar a alguien en el metro. Esa es la razón por la que hay tantos crímenes en el metro; nadie tiene coche.
Pensé que esos eran asesinos idiotas. Hay arte aun para matar. Aun así, a pesar que encontraba desagradable aprender sobre su presa, su cliente actual parecía desahogarse y sentía cierto placer sádico en conocer a sus víctimas. No le importaba lo que sea que cruzara por su mente mientras le pagara a tiempo y con regularidad. El bastardo enfermo sentía gran satisfacción estudiando y acosando a su presa… desde luego a través de él. Al cliente le gustaba conocer sus hábitos, su hábitat natural, para alimentar su desprecio por ellos y tener mayores razones para hacer su crimen personal y ver su vida apagarse. A John, sin embargo, no le gustaba ese tipo de mierda personal. No le importaba saber quiénes eran sus víctimas, que les gusta, donde comen, o incluso sus nombres. Solo una imagen. Entonces solo era negocio, impersonal, solo una muesca en tu muy logrado cinturón. Pero, ha visto una mierda enferma, también ha hecho esa clase de sádica basura en sus días de mercenario. No le importa de una u otra manera. Después de todo, no es personal para él. Solo negocios. Sooolo negocios, y se recuesta en el asiento para leer a su autor favorito: Stephen King. Cuando la auxiliar de vuelo se acerca para tomar su orden para beber, él responde—, Grey Goose. Doble, —y sin voltearla a ver, vuelve a su historia “Survivor type”. Después de todo, le quedan varias horas.


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